Quizá así, y con mucho esfuerzo, podría entender porque nadie quiso enfocar el cuestionadísimo empate del Barcelona ante Chelsea por las semifinales de la Liga de Campeones de acuerdo a lo que se vio: un robo tan descarado como la irreverencia de Leo Messi cuando frota la lámpara que ocultan sus sicodélicos chimpunes.
Si hasta el insensible Michael Ballack, tan afecto a la disciplina alemana que le obliga aceptar decisiones sin pestañear, a punto estuvo de devorarse al árbitro noruego mientras lo correteaba cual más feroz león germano luego que Samuel Etoo cometiera un penal olímpicamente desatendido por un tipo que a esas alturas ya se había comido tres anteriores tan claros como las mañas del padre Lugo.
Ya después los abruptos de Didier Drogba contra Tom Henning al final del partido sólo resultan una chispa del fuego que merece quien, vestido de negro, probablemente personalizó los designios de una mafia decidida a no ver dos equipos ingleses disputando la final del torneo de clubes más importante del planeta.
¿O habría otra explicación para tales despropósitos arbitrales en un cotejo de tal extraordinario voltaje? “Sí, y es que Barcelona juega tan bonito”, responderán desde algunas redacciones. Yo diría que, además, el Barza está a punto de concretar un hecho inédito en su historia: ganar todos los torneos FIFA que pueda disputar en una temporada, Liga española, Copa del Rey y la Liga de Campeones. Y eso sí que pesa. Hasta la próxima.
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