Hace unos días retorné del interior de Cajamarca. Esta vez, como parte de un programa de sensibilización social que una empresa exportadora requirió. Y, mientras viajaba en esa camioneta 4 x 4 junto a Carlos Dibós, meditaba sobre las muchas comunidades que he visitado en los últimos años. Asentamientos donde la ignorancia y la carencia conviven cual cónyuges en crisis o se empotran como dos caras de una moneda, sin verse pero juntos. Poblados donde llegar a un consenso procura estrategias multisectoriales – psicológicas, sociológicas, comunicacionales y demás- y, sobretodo, muy pacientes. Pero, dentro de esa gama de recursos o condicionantes de acuerdo social siempre hay una que emerge tan limpia como efectiva: el deporte. Entre tirios o troyanos, sierra, costa o selva, lluvia o sol, anarquía o desgobierno, la práctica del fútbol, vóley, ciclismo o cualquiera que se adapte a esos contextos, une sin distingos de raza, religión o pensamientos. Es el poder del lenguaje físico, tan universal como unificador.
Y, entonces, me preguntaba cuándo llegará el momento en que el deporte sea utilizado en la dimensión que merece dentro de un país plagado de conflictos sociales y alta deficiencia en salud. En que ya no se le asuma como simple parte del paisaje social o un buen distractivo político sino como eficaz mecanismo de promoción del desarrollo colectivo y se aproveche el extraordinario poder de convocatoria que tiene. O como entender que la Educación Física no debe ser un simple curso escolar electivo y que a más inversión en práctica deportiva mayores sociedades sanas y disciplinadas.
El ex presidente sudafricano, Nelson Mandela, dijo: “No fui yo quien salve a mi nación (del terrible apartheid); lo hizo el deporte (rugby)”. A ver si lo asumimos. Hasta la próxima.
Oswaldo Rivasplata
Vespertino Satélite
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