Es como cuando la más linda de la
clase nos ‘shotea’ tres veces antes de darnos el sí. O sacarse la lotería en el
quinto voto. O salvar el pellejo en el último aliento, cuando todos nos dan por
muerto.
Tiene alta dosis de sufrimiento, de tensión, pero, al final, son justamente esos zarpazos sobre el
pecho, esas heridas lacerantes pero no letales, los que permiten sentir más la
victoria final. Gozarla al máximo. Pues hay que estar abajo para darle real
valor a la recuperación. Caer para saber que significa levantar.
Eso le pasó a la selección,
anoche. Y a los millones de peruanos quienes siguieron por televisión radio o
internet el cotejo ante nuestro rival histórico. Esos que se lanzaban con
Fernández o Lobatón para sacar de la raya los balonazos chilenos en la primera
parte. Aquellos que también empujaron con su aliento y agonía la pelota en el
minuto 87 hasta concretar el gol más celebrado de los últimos 30 años.
Una victoria que no nos saca del
sétimo lugar en las Clasificatorias a Brasil 2014 pero sí permite seguir
creyendo. Renueva la fe en una selección que puede jugar bien o mal pero vuelve
a dejar todo en la cancha. Que pecha, carajea y se arrastra como lo hizo Yotún
para recuperar el balón y luego lanzarle el pase entre líneas al acalambrado
Farfán. Y, lo mejor, nos une. Pues el fútbol tiene esa magia colectiva. De
congregar a todos, sin distingo de raza, condición social o credo, en un sentimiento
común. Como anoche, el de la alegría.
Seguimos con vida.
Hasta la próxima.
o.rivasplata@pucp.edu.pe