Espectacular no fue Julio César Balerio. No volaba de palo a
palo como Pasalaqua en los relatos de Bryce Echenique ni tenía las manos
plásticas, inmensas e impasables como el héroe de algún cuento de Fontanarrosa.
Pero tapaba bien. Era eficiente, siendo más justo. Pasito aquí, pasito allá, una estirada y la
pelota a sus manos o afuera. Práctico igual que esos celulares antiguos que sí
defiendo pues sirven para lo necesario sin hacer tanta filigrana además de
rendir horas de horas sin que la batería se acabe. Y el ‘viejo’ tenía larga
duración. Tanto que jugó profesionalmente hasta los 40.
Y achicaba como nadie cada vez que debía enfrentar a un
delantero. Y de eso aprendió Ibañez, su mejor alumno, probablemente, haciendo
la de Cristo penitente (arrodillado, con los brazos despegados del tórax,
extendidos hacia abajo y las palmas abiertas frente al rival que ya no sabía
por donde meterla). Sobre sus guantes, además, reposan la memorable campaña de
Cristal en la Copa Libertadores del 97 y ese casi casi con la selección peruana
en las Eliminatorias para Francia 98 luego que se nacionalizara a pedido de
Oblitas. Aquí llegó en contratado por el Deportivo Sipesa chimbotano y después se
consagró con los rimenses.
Luego, se retiró en el y se regresó a su tierra de origen
para hacerse entrenador. Ayer se fue definitivamente. Esta vez sí voló a los
cielos. El flaco de físico desgarbado pero que tapaba como el que más.
Hasta la próxima.
Oswaldo Rivasplata
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