La voz del pueblo no siempre es la voz de Dios me dijo, por novedad, un gerente general años atrás a propósito de conflictos sociales. Roma locuta causa finita, pensé.
Antier, esa frase me volvió como una oleada espesa mientras veía el partido entre la Universidad César Vallejo y la San Martín en una pantalla de 41 pulgadas. Igual a los nervios que me genera Cuto Guadalupe cuando quiere salir desde el fondo con cabeza levantada.
El cuadro local perdía sin atenuantes en la segunda parte. Entregado sí. Sin rebeldía también. Con el coraje extraviado, quizás. Pero nada para justificar los oles en las tribunas a favor del rival y venidos de quienes, se supone, son tus aliados. Enérgicos, humillantes. Esos que se arrastran desde las gradas cual serpientes venenosas, alcanzan la cancha, te trepan y pican tu corazón como una daga hasta hacerte llorar por dentro. Traidores. Incluso, los comentaristas televisivos se sorprendían y confundían más de lo acostumbrado.
Y me preguntaba, por tanto, ¿qué debe pasar para que el equipo que nos representa en el fútbol profesional y le ha dado a Trujillo tres clasificaciones a torneos internacionales genere tales antipatías aún?, ¿por qué ese rechazo tan enfático en una ciudad tan futbolera?, ¿acaso, paga los errores políticos de su famoso fundador y los serviles que lo rodean?, ¿sus potenciales simpatizantes son, todavía, infantes?, ¿el factor Mannucci?
Pésima estrategia de marketing, diría yo. O inexistente. Mucha plata pero no buenas ideas más allá de tibios 2 x1 en tribuna popular y regalitos como campañas electorales. Y los jugadores, claro está, no tienen la culpa. Ni los malos hinchas que pudiera o no pudiera tener.
Hasta la próxima.
o.rivasplata@pucp.edu.pe
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