jueves, 24 de abril de 2014
PREVENCION Y NO REPRESION
No pasaron ni cuatro semanas desde que fueron condenados los asesinos del hincha de Alianza Lima, Walter Oyarce, para que otra vez la violencia en el fútbol reaparezca con niveles mortuorios. Ahora le tocó el turno a Bryan Huamanmendoza, un fanático de Universitario de Deportes de 19 años de edad quien recibió un balazo en el pecho tras una de las comunes reyertas entre propios barristas por una presunta disputa de entradas para el partido entre el cuadro crema y el Sport Huancayo, el pasado sábado.
El hecho ha revelado, además, que los protocolos de seguridad firmados por los clubes profesionales y la ADFP ante el Mininter son también letra muerta y que el terreno donde se movilizan estos malos hinchas es tierra de nadie. Donde lideran los más avezados, donde dirige el más corrupto, donde la droga y el alcohol antes y durante cada partido son moneda corriente mientras la policía reclama su parte y a los dirigentes sólo les importa que el aliento a sus jugadores no cese.
Y, casi de inmediato, como es típico también, se han lanzado nuevas y diversas propuestas de solución para una problemática que sigue creciendo y cobrando víctimas. Sin embargo, la mayoría resultan populistas o muy facilistas, caso cerrar los estadios, entregar las entradas gratuitas sólo a colegios o prohibir la existencia de barras, y que no miran el conflicto desde adentro y en una óptica multiprofesional. Pues de nada sirve reprimir a los jóvenes cuando tienen un carácter ya consolidado y, en grandísima medida, forjado en miles de horas en barrios violentos, familias disfuncionales y consumo de licor o estupafecientes. ¿Acaso los miles de barrabravas aceptarían que les impidan el ingreso a los escenarios y hasta los directivos de equipos lo asumirían sin el menor reparo? La respuesta es obvia.
Lo que cabe, además de reglamentar la ley de barras bravas que sigue en proceso, es abordarlos desde dentro en una perspectiva de largo plazo e involucrando a profesionales diversos – desde comunicadores hasta psicólogos y sociólogos- quienes, sectorizándolos según zonas o edades, permitan instalar medidas de previsión (capacitación, vigilancia de los grupos, monitoreo y sanción) y reorientación. Vale decir, más prevención antes que represión, como bien formula don Walter Oyarce. ¿O algún insensato supone que sólo con nuevas prohibiciones el dilema estará solucionado?
Hasta la próxima.
Oswaldo Rivasplata
Vespertino Satélite
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