viernes, 28 de octubre de 2011

La construcción del nosotros



Tras recorrer durante años un camino marcado por repetidas frustraciones, las recientes actuaciones de la selección peruana han logrado resignificar no solo las emociones generadas desde y en el fútbol, sino otras representaciones que articulan el tejido discursivo de este deporte.
De alguna manera, se podría comenzar a pensar que hay un esfuerzo por convertir al fútbol (más bien a la selección nacional) en uno de los elementos identitarios que logre configurar un nosotros imaginario (e imaginado), una unidad nacional simbólica.

Por ello, no resulta extraño que, en el actual contexto futbolístico, surja una polifonía patriótica (concepto propuesto por el sociólogo ecuatoriano Franklin Rodríguez) en la cual se escuchan voces provenientes desde diversos espacios y agentes sociales (medios de comunicación, empresas, autoridades, etc.), desplegadas en distintos esquemas semióticos (publicitarios, periodísticos, políticos, etc.) y cristalizados en modalidades textuales (spots, eslóganes, titulares, etc.) en las que se confeccionan narrativas patrióticas que contienen representaciones de lo nacional, y, además, invocan un espíritu de cohesión y unidad.
En palabras del mismo Rodríguez, el fútbol, a través de la selección nacional, adquiere un lugar central alrededor del cual se articulan signos, prácticas y discursos destinados a la construcción de trayectorias de identificación con lo nacional. Sin duda alguna, en este proceso, uno de los elementos cohesionadores por excelencia ha sido el entrenador, Sergio Markarián.
En líneas generales, se ha construido un discurso optimista que ha logrado calar en la opinión pública. De esta manera, se puede hablar de una eficacia simbólica, pero alimentada por la eficacia deportiva. Una eficacia nutrida no solo por los triunfos (2 a 0 sobre Paraguay), sino incluso por las derrotas (4 a 2 frente a Chile), que, finalmente, son consideradas honorables.

Marco Méndez
El Comercio

jueves, 27 de octubre de 2011

Buenas amenazas


Juan Caballero Lora, otrora goleador nacional y quien de fútbol no sabe poco, me decía, dentro de una charla con poca cerveza y mucha gaseosa: “si siguiera siendo futbolista, me esforzaría el doble para demostrarle al presidente que está equivocado; eso puede pasar esta vez”

Obviamente, se refería a las infelices declaraciones de César Acuña, el mandamás que días atrás hizo pública su rumoreada intención de querer desprenderse del club que forjó y juró cariño eterno, la Universidad César Vallejo, y tomar las riendas de otro – el Carlos Mannucci - al que, en su momento, quiso evitar ascienda a primera. “La verdad quiero que (Vallejo) baje de categoría… no me afectaría pues sería un ahorro para mí… y si se queda en primera, se van todos… y me encantaría tomar Mannucci ahora mismo…” fueron sus palabras. Mercantilismo puro o fenicios del fútbol, según conceptos de Miguel Patiño, también columnista en este diario.

Que si lo expresó de pura rabia debido a la decepcionante campaña poeta o “fue sin querer queriendo” como diría el Chavo, no lo creo. Lo que si es cierto es que las predicciones de Caballero resultaron ciertas. Y la UCV, como si hubiera despertado de un prolongado letargo, superó de manera categórica al Cienciano cuzqueño y volvió a sonreír después de muchas jornadas además de tomarse un respiro en su lucha por no caer a segunda división. Entonces, ¿será que los jugadores de Víctor Rivera gustan del maltrato para recién hacer las cosas como se debe? Tampoco lo creo. Sin embargo, y sólo por si acaso, que Acuña siga amenazando a su plantel hasta el final del torneo descentralizado. Hasta la próxima.

Diario La Industria de Trujillo
o.rivasplata@pucp.edu.pe

sábado, 15 de octubre de 2011

Libertades mal entendidas

“¿Derrotado?, ni en las pichangas”, me decía un sabio entrenador local cuando nos preparábamos para el partido de fin de semana en la liga de Trujillo. Una frase casi de Biblia para cualquier deportista que haga del ejercicio su forma de vida. Pero, lamentablemente, nunca se puede sólo ganar. Es imposible.

Incluso, algunas veces es adecuado perder pues permite descubrir tus errores y no caer en la soberbia del que se siente invencible. Y, es más conveniente aún, si ese traspié llega cuando la competencia recién empieza y tienes un amplio trecho todavía por recorrer. Es el caso de la selección nacional que ante Chile tuvo un resultado, valgan verdades, previsible, dentro de una estadística entre incas y araucanos muy desfavorable para el Perú. Lo malo es que, casi siempre y casi todos, los periodistas preferimos caer en la exageración y el triunfalismo cuando ganamos un partido – ante Paraguay, en la primera fecha- y olvidarnos que el próximo rival también tiene buenos argumentos.

Entonces, la masa – tan fácilmente influenciable por el cuarto poder - se enfervoriza, construye ilusiones que, en la medida que son más grandes, se derrumban con mayor fuerza cuando la dura realidad asoma. Y en ese momento, los verdaderos culpables, los que sólo pensamos en el titular vendedor y el buen rating, sólo miramos al cielo y silbamos bajito. Es la libertad mal entendida. “A recuperar el morro solar”, “Los cuatro fantásticos”, “Chile tiembla” Cero equilibrio, nula coherencia.

Se viene el partido contra Ecuador, en Quito, el 15 de noviembre. Y para obtener un buen resultado – que se puede- no basta con decirlo o escribirlo con frases sensacionalistas. A ver si, de una vez por todas, lo entendemos todos. Hasta la próxima.

o.rivasplata@pucp.edu.pe

jueves, 6 de octubre de 2011

Humala selección


El balompié y su extraordinario arrastre popular siempre será apetitoso para cualquier gobierno que quisiera levantar sus niveles de aceptación. La imagen de Morales Bermúdez cantando el himno junto a Julio Meléndez en el césped del estadio Nacional en 1977 es una muestra emblemática de ello. Hasta, en algunos tristes casos, también es cortina de humo para los más viles genocidios como el cometido por Jorge Videla quien distrajo a los argentinos con un Mundial, en 1978, mientras mataba a miles de contrarios a su régimen.
Y don Ollanta Humala, más allá que las encuestas de evaluación a su labor le son favorables, lo sabe bien. Por eso, en una inesperada actividad presidencial, entrenó con los seleccionados  que se preparan para debutar en las Clasificatorias a Brasil 2014. Hizo estiramientos junto a Pizarro, toques de balón con la ‘Foca’ y bromas con el ‘Loco’ Vargas y, de paso, ganó más simpatizantes  ahora que algunos de sus ministros – casos Aída García y Susana Baca - parecen meter la pata.
Ya y si Perú derrota a los guaraníes – como todos deseamos- no faltará quien lo bautice como  ‘amuleto de la selección’ y le pedirán instalar su despacho junto a la oficina de Markarián. Pero, de no ganar, lo maldecirán cual ‘salado nacional’ y exigirán que nunca más pise la Videna. Cosas del fútbol. Hasta la próxima.

o.rivasplata@pucp.edu.pe

lunes, 3 de octubre de 2011

Crimenes de odio


La semana pasada, después de una charla sobre el racismo hacia los indígenas peruanos, una estudiante de los Estados Unidos me preguntó si en el Perú también había problemas de “crímenes de odio”. 
 Se conoce así a aquellos crímenes en los cuales la condición de la víctima genera un mayor ensañamiento por parte de los agresores.  Con frecuencia, ni siquiera la conocen personalmente, pero actúan por lo que la víctima representa.  Son ejemplos de crímenes de odio las golpizas a los travestis. los linchamientos de negros que cometía el Ku Klux Klan en los Estados Unidos o las agresiones de los skinheads hacia los inmigrantes en Europa. 
 El asesinato de Walter Oyarce por parte de un grupo de barristas/delincuentes de Universitario fue también un típico caso de crimen de odio, pues sus asesinos simplemente lo mataron porque era un hincha aliancista. 
 Antes que se produjera este crimen, la violencia de las barras bravas solía explicarse por la frustración de jóvenes pobres y marginales.  Sin embargo, este crimen ocurrió en los palcos, la zona más exclusiva del estadio Monumental, donde se realizaban muchos actos de violencia sin que la policía interviniera, para no molestar a la “gente decente.  En realidad, los  asesinos de Oyarce no eran ni pobres, ni jóvenes.   David Sanchez-Manrique gastaba en un mes más de 80,000 soles y era hijo de un próspero notario, mientras que  Giancarlo Díaz era asesor de ventas de Pacífico Seguros y pertenecía a una adinerada familia, que he visto posar en un Ellos y Ellas del 2007.
 Sin embargo, junto con los barristas/delincuentes que efectivamente asesinaron a Oyarce, también son responsables quienes han permitido que este fenómeno llegue a estos extremos: los directivos de los clubes, muchos otros hinchas y los medios de comunicación que los muestran como parte pintoresca del fútbol.
 Mientras el gobierno ha dispuesto que los partidos de fútbol se realicen sin público hasta nuevo aviso, el  congresista Carlos Bruce ha presentado el proyecto de ley 00272/2011-CR, para sancionar los crímenes de odio, considerando como agravante para un delito que sea cometido debido a “la raza, etnia, religión, sexo, género, orientación sexual, identidad de género, enfermedad, discapacidad, condición social, simpatía política o afición deportiva de la víctima”.    Bruce cita numerosas normas de Argentina, Colombia, España, México, Estados Unidos y la mayoría de países europeos contra los crímenes de odio.
 La aprobación de esta ley no sólo implicaría sancionar severamente los delitos cometidos por los barristas/delincuentes, sino enfrentar otros crímenes de odio muy comunes en nuestra sociedad.  Todas las personas torturadas en comisarías que he conocido en los últimos diez años, fueran maestros, campesinos, estudiantes o inclusive los jóvenes de San Juan de Lurigancho tildados de “Los Malditos de Larcomar”, coincidían en tener marcados rasgos andinos, por lo cual la policía se ensañaba con ellos. 
 De hecho, en los crímenes de odio que se cometen en el Perú está muy extendida la responsabilidad de los agentes estatales.  Tenemos así las masacres cometidas por los militares durante el gobierno de Belaúnde contra decenas de aldeas.    Ancianos, mujeres embarazadas, niños pequeños fueron asesinados, sin ningún remordimiento, simplemente por sus rasgos físicos.   De igual manera, centenares de mujeres fueron violadas en bases militares como Manta y Vilca.  Los perpetradores pensaban que podían cometer cualquier atrocidad porque sus víctimas eran indígenas.  Durante el gobierno de Fujimori otra demostración de crimen de odio fueron las esterilizaciones forzadas, donde las víctimas siempre eran mujeres indígenas.  En todos estos casos, se manifestó siempre una responsabilidad institucional en amparar a los criminales.
 Ahora bien, los crímenes de odio no surgen normalmente en una mente aislada, sino en todo un entorno social que justifica estos sentimientos, de manera que, aunque solamente hay algunos perpetradores directos, son muchos más quienes manejan discursos similares que lo justifican.  Es lo que sucede con el bullying en los colegios: el agresor se sabe respaldado por los demás. 
 En el fútbol, las palabras violentas aparecen de manera permanente, llegándose a la glorificación de la violencia empleándose términos bélicos (trinchera, comando, aplastar, sin piedad, destrozar) o inclusive masacre o genocidio.   En cada equipo se va generando un sentimiento de identidad que pasa de la lealtad al propio grupo al rechazo hacia el otro, frente al cual ya no existe ninguna restricción moral.  Muchos hinchas, aunque no golpean a nadie, sí lanzan los peores insultos, a veces escudándose cómodamente en la internet, o, en todo caso, avalan todo lo que hacen los violentos, siempre que se lo hagan al rival… y así fueron generando la atmósfera que llevó a la muerte de Walter Oyarce. 
 Por eso, es urgente que en el Perú contemos pronto con una norma contra los crímenes de odio, pero también lo es enfrentar todas las expresiones de desprecio hacia la persona humana que existen en nuestra sociedad.  Este terrible crimen nos muestra cuánto tenemos por hacer en ese camino.