Tras recorrer durante años un camino marcado por repetidas frustraciones, las recientes actuaciones de la selección peruana han logrado resignificar no solo las emociones generadas desde y en el fútbol, sino otras representaciones que articulan el tejido discursivo de este deporte.
De alguna manera, se podría comenzar a pensar que hay un esfuerzo por convertir al fútbol (más bien a la selección nacional) en uno de los elementos identitarios que logre configurar un nosotros imaginario (e imaginado), una unidad nacional simbólica.
Por ello, no resulta extraño que, en el actual contexto futbolístico, surja una polifonía patriótica (concepto propuesto por el sociólogo ecuatoriano Franklin Rodríguez) en la cual se escuchan voces provenientes desde diversos espacios y agentes sociales (medios de comunicación, empresas, autoridades, etc.), desplegadas en distintos esquemas semióticos (publicitarios, periodísticos, políticos, etc.) y cristalizados en modalidades textuales (spots, eslóganes, titulares, etc.) en las que se confeccionan narrativas patrióticas que contienen representaciones de lo nacional, y, además, invocan un espíritu de cohesión y unidad.
En palabras del mismo Rodríguez, el fútbol, a través de la selección nacional, adquiere un lugar central alrededor del cual se articulan signos, prácticas y discursos destinados a la construcción de trayectorias de identificación con lo nacional. Sin duda alguna, en este proceso, uno de los elementos cohesionadores por excelencia ha sido el entrenador, Sergio Markarián.
En líneas generales, se ha construido un discurso optimista que ha logrado calar en la opinión pública. De esta manera, se puede hablar de una eficacia simbólica, pero alimentada por la eficacia deportiva. Una eficacia nutrida no solo por los triunfos (2 a 0 sobre Paraguay), sino incluso por las derrotas (4 a 2 frente a Chile), que, finalmente, son consideradas honorables.
Marco Méndez
El Comercio
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