La Liga española es una competición fallida deportiva y económicamente: solo el FC Barcelona y el Real Madrid cuentan en la lucha por los títulos, mientras que el resto actúa de mero comparsa, con el premio de la zancadilla a los dos grandes —les dará resuello mediático—, de la pedrea europea unos, de la permanencia en la máxima categoría otros, y todos con la soga de una deuda impagable en el cuello. La pasada jornada ha sido ejemplar porque en pocas horas quedó resumido el sinsentido de la competición española.
El FC Barcelona superó por 5 a 1 al Athletic, batió la marca de mejor inicio liguero en posesión del Real Madrid desde 1991-1992, de 13 victorias y 2 empates, y Leo Messi se situó a un gol del registro del alemán Gerd Müller, de 1972, de 85 goles en un año natural. Y el Real Madrid, por su parte, despachó sin despeinarse al mejor y más entusiasta Atlético de Madrid de las últimas 13 temporadas. Ante la manifiesta falta de competitividad de los rivales, solo los récords colectivos e individuales que facilitan y premios como el Balón de Oro aportan interés y entretienen mientras llegan los desenlaces.
Económicamente, el panorama es peor. La desproporción deportiva tiene una explicación económica. Los casi 500 millones con que compiten Barça y Madrid contrastan con los 150 y 130 apenas que oponen el Málaga y el Atlético de Madrid, respectivamente. Cuando añadimos que la UEFA, en aplicación de las normas sobre el juego limpio financiero, tiene embargados los premios al Málaga y que había hecho lo propio con los del Atlético de Madrid, justo hasta el 1 de diciembre, el adjetivo más adecuado pasa de peor a desolador.
No es una situación que afecte la competición española en exclusiva. Al contrario, las grandes ligas europeas adolecen de la misma falta de competitividad deportiva y económica, aunque los contendientes no sean dos sino tres, o cuatro a lo sumo, y los derechos de televisión estén colectivizados. Es un problema de agotamiento del sistema que ya sucedió en otras épocas. Si entonces se resolvió con la creación de nuevos formatos competitivos, más amplios territorialmente (de los campeonatos regionales a los españoles y luego a los europeos; del formato Copa al de Liga), por qué razón no debería suceder pronto lo mismo: la Superliga europea es inexorable.
Un argumento sólido, recogido en los estudios académicos realizados sobre el asunto hasta ahora, aduce que una Superliga europea no será inevitable hasta que los beneficios económicos para los grandes clubes no superen los rendimientos obtenidos con las ligas domésticas y, añaden, esto todavía no sucede. Contablemente es cierto: el Barça y el Madrid ingresan más dinero por sus contratos con Mediapro que los que reciben por su participación en la Champions; sin embargo, es un argumento falaz puesto que ninguno de sus patrocinadores principales desembolsaría las cantidades actuales si no fueran participantes y candidatos necesarios en la Copa de Europa.
La Superliga europea ha vivido hasta ahora dos intentos fallidos, al menos. Silvio Berlusconi la propuso en 1988 a través de su imperio mediático y dos años después de haber adquirido el Milan AC. Y a mediados de la primera década del siglo presente, los clubes agrupados en el denominado G14 la plantearon al margen de la UEFA. En todos los casos, la UEFA respondió con un nuevo formato de competición y mayores ingresos.
Recientemente, ha sido el magnate Rupert Murdoch quien la ha resucitado, en el transcurso de una cena de la News Corp celebrada en verano a la que estaban invitados representantes de clubes como el FC Barcelona, el Inter o el Juventus. También ahora el presidente de la UEFA parece reaccionar anunciando que durante el año 2014 se va a discutir y aprobar el formato de competición europea para el periodo 2015-2018, con una ampliación a 64 equipos, el doble de los actuales.
La propuesta de la UEFA significaría más Champions y menos Liga, tal como avanzó semanas antes el presidente del FC Barcelona, Sandro Rosell, puesto que para confeccionar un calendario sostenible se deberán reducir las ligas domésticas a un máximo de 16 equipos en las que todos se jueguen el descenso o bien la clasificación europea, hasta la última jornada. El objetivo es aumentar la competitividad para lograr un mayor rendimiento económico. A lo mejor, será un paso más hacia la inevitable Superliga europea; a lo peor será un parche que servirá tan solo para alargar la lenta agonía del fútbol en su nivel nacional.
JORDI BADIA. DIARIO EL PAIS. ESPAÑA.
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