Muy emotivo. Como cuando se
inició el Mundial Sub 17 del 2005 en un estadio Mansiche derramando pasiones de
sus cuatro graderías. A esa imagen me trasladó la ceremonia de inauguración de
los Juegos Bolivarianos Trujillo 2013. Sencilla pero profunda en su mensaje de
unión, alegría y folclore, más allá de algunas fallas visibles (como el
discurso politizado de nuestro alcalde provincial y el desorden generado cuando
Natalia Málaga corría hacia el pebetero portando la antorcha), que son comprensibles
teniendo en cuenta los muchos sobresaltos presentados en los meses y días
previos al torneo.
Sin embargo, tras este buen punto de partida, comienza la fase más
importante y delicada que es el proceso de competencias. Y que suponen una
labor integral y mancomunada donde, incluso, están comprometidos los aficionados
y todos quienes queremos que el certamen termine exitosamente y los errores de
organización cometidos y que se cometan no
influyan decisivamente.
Pues, el trabajo que deban realizar los
administradores deportivos llegados de las federaciones nacionales y del extranjero para liderar la marcha de
cada competición – con la ayuda necesaria de dirigentes y voluntarios locales-
no será bien valorado en caso, con el paso de los días, haya tribunas vacías o
permanezca esa atmósfera social fría que
todavía se percibe en las calles y que no sólo los ciudadanos, con su
cordialidad y apoyo a los turistas y deportistas, sino también los
organizadores podrían remediar asumiendo una promoción más estratégica y
agresiva. En ese contexto bien se podría
decidir el ingreso directo a escenarios con amplia capacidad
-caso el coloso Mansiche - y ya no con entrega gratuita de tiquetes que
promueven colas y desgano, además de asegurar la presencia masiva – y en forma
rotativa- de delegaciones escolares a cada juego.
Hasta la próxima.
Oswaldo Rivasplata
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