“Cuando salió libre la cárcel quedó vacía para mí; ha sido
mi amigo, mi padre” Así resume el valor que un preso tuvo en su vida, Christo Brand. El norteamericano llevó la no muy agradable misión de vigilar a
los condenados de la cárcel de Robben Island, en Ciudad del Cabo, durante dos
décadas. Pero allí, paradojas, donde supuso agonías del más dramático episodio,
encontró el mayor ejemplo de dignidad que la historia le ha dado.
En esas podridas catacumbas fue, durante 18 años,
carcelero de Nelson Mandela. El héroe africano cayó recluido en 1962 tras ser
condenado por su férrea lucha contra las leyes del apharteid, sistema político
que establecía una aberrante separación de privilegios contra los de color
tales como prohibir que ocupen cargos
públicos, utilicen el transporte masivo o coman en restaurantes con blancos, asistan a
colegios de blancos ni transiten por zonas residenciales o siquiera puedan
compartir centros comerciales o cines. A
pesar de ello, ‘Madiba’, tras ser
liberado, en 1990, no buscó venganzas y supo encontrar la llave que abriera el
camino hacia su sueño
de hermanar a toda Sudafrica: el deporte.
Y utilizó el rugby, una disciplina considerada símbolo de la dominación blanca y que promovía odios extremistas, para
lograrlo. Pues donde todos veían marginación el encontró unificación, donde la
mayoría veía odio el descubría reconciliación.
Y en 1995, ya convertido en presidente, hizo abrazarse y llorar de
alegría a todo una nación cuando los ‘Springbooks’ se consagraron campeones
mundiales tras vencer a los invencibles neozelandeses con un equipo conformado
sin distingos de raza.
Ese fue su pasaje más simbólico, el momento cumbre de la
liberación sudafricana. Incluso, Clint Eastwood lo recreó en una gran película:
Invictus, ganadora de varios premios Oscar, en el 2009.
Y es que hay hombres cuya grandeza no se justifica ni con mil
estatuas de oro. “Un ser humano
verdadero” como declaró, ayer, Christo Band, acongojado, tras enterarse de su
muerte.
Hasta la gloria, Mandela.
Oswaldo Rivasplata
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