Que el tiempo tiene efecto
amnésico resulta una verdad tan grande
como el estadio Mansiche. Y sus efectos “lava-memoria” son tan buenos que hasta
los tipos más viles o los robos más grandes terminan siendo aclamados o ignorados en una
muchedumbre eufórica o pasiva. Entonces, Alancito volvió con fuerza y fue
reelegido o Fujimori lo mismo.
Pasa también, lógicamente, en el
deporte. Un ámbito muy adecuado para los malhechores encubiertos. Y mucho más
en el fútbol, la pasión de multitudes. Bajo su techo se escondieron asesinos
colectivos como Videla – mandatario argentino que organizó el Mundial 1978 para
encubrir la matanza de más de 30 mil- y Pinochet –torturó y fusiló contrarios a
su régimen en el estadio Nacional de Santiago de Chile- u otros de rango mucho
menor como el ex presidente de Universitario, Alfredo González, o el de Alianza
Lima, Guillermo Alarcón, acusados de prostituir la imagen de dos de los clubes
más importantes del balompié peruano.
Y volverá a pasar, muy
probablemente, con un caso de reciente data: Max Barrios. Pronto se cumplirá un
mes sin resultados claros desde que el jugador fuera separado de la selección
Sub 20 y acusado de falsa identidad. Y los días seguirán contándose sin que la
investigación se ahonde y se conozca a los verdaderos culpables de una práctica
común en el balompié amateur y sobre
todo de categorías menores. Pues aquí nomás, en Trujillo, se suplantan
identidades todo el tiempo y hasta cualquier futbolista luego aparece como
entrenador de menores sin tener la capacitación o estudios adecuados.
Es el mundo del hampa
futbolística chola. Donde los dirigentes –salvo raras excepciones- andan con
antifaz. Donde la trampa es norma y el
‘pendejerete’ admirado.
Hasta la próxima.
o.rivasplata@pucp.edu.pe
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