Contaba mi padre, sobre todo cuando andaba medio ‘roneado’, que en su entrañable Pacasmayo
habitó un futbolista con capacidades tan extraordinarias que el mismo Lolo
envidiaría. Zigzagueante como una liebre, veloz como un tigre y devastador como
un huracán. Gerardo Bazalar se llamaba. Y le decían Torbellino. Tan rápido era
que, según las historias del ‘vagopoeta’ Víctor Gómez en su cuadernillo de
estampas pacasmayinas, y esto no es
broma, el tipo efectuaba los tiros de esquina de forma bombeada y corría hacia
el área para cabecear el mismo balón.
Al crack del Espartanos varios clubes limeños se lo
quisieron llevar pero don Gerardo continuamente rechazaba ofertas hasta que una
vez decidió probar suerte. Sin embargo, al poco tiempo la nostalgia de su
puerto querido le ganó y se regresó de la capital caminando. Así de singular era aquel personaje, papá,
además, de quien fuera efectivo delantero mannuccista en los ochentas, Enrique
Bazalar.
Falleció en 1977 y los moradores del barrio Barranco en su
homenaje fundaron, dos años después, el CDC Torbellino. El mismo que hace tres días
hizo todo lo que pudo en su difícil partido contra el Mannucci por la fase departamental de Copa
Perú. Aunque, la suerte, esta vez, le fue demasiado esquiva.
Quizá, aquel domingo, el ídolo pacasmayino habrá estado
removiéndose en su lecho celestial mientras veía sufrir a esos hinchas porteños que con tanto
cariño lo recuerdan y, resignado, habrá dicho: así es el fútbol, pues.
Oswaldo Rivasplata G.
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