Es más, odiar las colas es una idea común a todos. Y no hay quien disfrute, al menos que te toque una chica muy guapa al lado u otro parecido a Cristhian Meier en el caso de las mujeres, zamparse cien minutos esperando que le atiendan en el dichoso cajero de banco, supermercado, grifo, tienda o boletería. Pero, en un estado donde la ineficiencia es parte del día a día y la burocracia cunde, no sorprende encontrar las dichosas serpentinas humanas cada tanto.
Peor todavía si se trata de espectáculos deportivos que organiza la Federación Peruana de Fútbol. Esta no aprende de los errores y, en una época donde existen medios tan eficaces como la venta por internet, los abonos anticipados, vía telefónica o delivery, continúa utilizando formas de distribución abusivas y arcaicas que obligan a los hinchas a pasar días y noches en condiciones indignas, castigarse con el hambre, el clima y la ansiedad o zurrarse 20 horas para adquirir una bendita entrada sin que nadie – ni Indecopi, Defensoría del Pueblo, el Congreso o cualquier entidad adormecida- los defienda.
Así, lógicamente quienes más ganan son los pendejeretes que siempre aparecen para esos momentos: los revendedores. Esos sí que la hacen linda hasta vendiéndote un sitio de la fila. Como ahora, cuando quedan pocos días para el Perú – Uruguay y los boletos ya están agotados y hay que pagar tres, cuatro y hasta diez veces su precio a esos que te pasan la voz con sigilo en las afuera del estadio Nacional y te dicen “causita, tengo para Occidente alta y baja”.Ya pues Burguita, hazte una. Y que gane el Perú.Hasta la próxima.
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