La elección de Lima como sede de los Juegos Panamericanos
2019 ha sido, sin duda alguna, la mejor noticia deportiva en lo que va del año.
Indudable pues se trata del tercer certamen atlético más difundido (tras el
mundial de fútbol y las olimpiadas) y que congrega a más de 40 países y siete mil
competidores de todo el continente americano.
Y además porque, de su organización, derivarán muchas
consecuencias importantes en favor del deporte peruano, caso construcción de
infraestructura de primerísima calidad para diversas disciplinas, roce
internacional a niveles A1 para los atletas locales y participación masiva de
estos en una competencia de categoría olímpica, exposición directa de nuestro país al mundo y
afluencia turística como nunca antes la tuvimos. Setecientos millones de
dólares en inversión ha anunciado el primer
ministro Juan Jimenez, incluso, para asumir el torneo.
Sin embargo, de la mano, llegan responsabilidades
extraordinarias también. Y que, a la luz
de una cultura organizacional acostumbrada al ‘último momento’, corren serio
riesgo. Claro ejemplo son los Bolivarianos 2013 que, a falta de cuatro semanas para su inicio,
se preparan a correrías, desesperos y mucha información maquillada porque las principales
obras comprometidas (el complejo habitacional para los deportistas, el nuevo
Complejo Chicago, la piscina de calentamiento, la remodelación de la piscina
Gildemeister y el estadio Mansiche) todavía no son terminadas o la fuerza
laboral (voluntariado, miembros de seguridad, hotelería, gastronomía, salud,
traducción, protocolo, asistencia, transporte, turismo, ensayos, inauguración,
clausura, prensa, anfitrionaje, etc) aún no es capacitada o instalada
adecuadamente pese a que hace casi tres años Trujillo obtuvo
la sede. Tales desatinos
no pueden volver a repetirse. Hay tiempo para, ora sí, cumplir a cabalidad y
emprender los mejores Panamericanos de la historia. Desde ahora mismo.
Hasta la próxima.
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