sábado, 24 de abril de 2010

Canchas sintéticas, sí



Tanto como que en cualquier discurso reflexivo del clero no debe estar ausente el mea culpa por niños violados a manos de pederastas con sotana, cuando se habla de la conveniencia del césped sintético en estadios peruanos tampoco debe evitarse un aspecto trascendental: nuestra realidad en infraestructura atlética.

Y lo digo porque recientemente en Trujillo, ante la milésima pregunta que le hicieron sobre las canchas de marras al jefe del IPD Nacional, este respondió como casi siempre cuando de verde plástico se trata: ofuscado. “Seguro hasta usted juega en sintético… en el Mundial de Sudáfrica se van a aprobar esos campos… además, quienes se quejan son los jugadores viejos…”, exclamó, entre otras frases, don Arturo Woodman, despreciando a varios futbolistas veteranos que, si bien no dejan de tener cierta razón, tampoco deberían olvidar que habitan en un medio con extremas carencias deportivas.

Y es que, si las superficies con grama de hule son aceptables no es porque la FIFA las apruebe, el balón corra sin saltos o los jóvenes quizá no se lesionen y los veteranos sí. Aquí hay sólidos argumentos de tipo económico, ecológico y de uso masivo que, en un país con muy pocas canchas naturales en buen estado, enormes círculos de pobreza y alto grado de polución como el nuestro, sería tonto no avalar.

O, sólo por dar dos muestras: ¿acaso no son valorables los millones de litros de agua ahorrados en un terreno que no necesita ser regado y los miles de litros de pesticida que se dejan de usar para combatir plagas o el desuso de fertilizantes? Adicionalmente, ¿no importa que hoy, sólo en el estadio Mansiche, cientos de deportistas de distinta condición entrenan a toda hora sobre su césped y antes, con campo natural, sólo se podrían, reglamentariamente, jugar cuatro partidos por semana? Huelgan comentarios. Hasta la próxima.

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