Nadie, siendo peruano, puede dejar de agradecer el tributo que Julio César Uribe recibió de la Conmebol, hace unos días, por su carrera deportiva. Pero, no por ello, se debe condicionar un análisis que, bueno o no, nunca pretenderá imponerse sino como humilde y personal. Y, a mí, el ‘Diamante’ nunca me pareció más que un buen jugador. La razón, una sustancial: su marcado individualismo, el afecto a la jugada lujosa pero casi siempre por encima del sentido grupal. Diez en técnica pero bajo en producción colectiva.
Que era malabarista con la pelota, listo. Que hacía la ‘cuchara’, ok. Que la ‘rompió’ en las eliminatorias al Mundial de España y fue el tercero de Sudamérica tras Maradona y Zico en 1982, también. Pero, de allí a calificarlo de genio como muchos hacen, resulta más exagerado que cambiar a Shakira por Laura Bozzo. Más de fama que de virtudes.
Y es que una golondrina no hace verano, pues. Y Uribe, amén de sus rendimientos intermitentes, fue exagerado ‘tragabolas’. Que amagaba uno, lo hacía con el otro y otra vez retornaba al mismo lugar a seguir en el baile y terminar, muchas veces, con un soso pase corto mientras las graderías aplaudían. Habilidoso y valiente pero muy de tribuna. Además, no pudo triunfar en Europa, rendir en un mundial o, al menos, hacerse ídolo en algún club extranjero como varios de su generación caso Barbadillo, Cubillas o Cueto (este, sí, un maestro, un canto al lujo y producción de conjunto)
En suma, buen jugador sin duda, pero nada más y, tomo expresiones recogidas de aquí y afuera, “un Diamante que nunca terminó de pulir”. En el cierre, un efusivo abrazo para todas las madres en un día tan especial. Hasta la próxima.
Oswaldo Rivasplata. Vespertino Satélite, Trujillo.
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