En la tierra de Gardel, a propósito del inicio del Mundial de Sudáfrica 2010 y sus implicancias en el sistema educativo, recientemente se abrió un debate que tras prolongados desencuentros fue cerrado por el Ministro de Educación Alberto Sileoni, quien dispuso que los partidos que juegue el equipo argentino en horario escolar sean transmitidos en las aulas de clase.
El funcionario, con una energía y criterio que ya quisiéramos ver en varias autoridades educativas de por aquí, defendió su planteamiento apelando a una verdad tan inmensa como poco entendida en nuestro medio: el deporte y su notable influencia como medio de desarrollo personal.
Incluso León Trahtemberg, uno de los pedagogos más claros que el Perú tiene, ha aplaudido la decisión yendo a reflexiones mucho más importantes: “por fin los alumnos tienen una razón interesante y motivante para ir a la escuela y compartir ratos entretenidos con los profesores y compañeros”, escribió en una columna publicada en el diario La Industria de Chiclayo, días atrás.
En ese misto texto, lamenta la visión carcelaria que, desde decenas de años atrás, los escolares tienen de cualquier recinto educativo en el país: “¿por qué la escuela tiene que ser una prisión del aburrimiento y la tortura, que agota toda neurona mental en aprender cosas que mayoritariamente servirán muy poco para la vida?”
Ante esa realidad el trabajo en equipo, respeto a las reglas y a la autoridad, la solidaridad, y muchos valores más pueden cultivarse sólo a través del fútbol, un deporte que genera extraordinaria y masiva atención no sólo de niños y adolescentes. ¿Algún colegio trujillano de excelencia o profesor innovador se ‘atreve’ a llevar un televisor a sus aulas desde este 11 de junio? Hasta la próxima.
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