El último domingo Daniel Peredo publicó “Tres fotos del viaje”, un interesante y muy bien documentado informe sobre la última gira de nuestra selección de fútbol por Europa que concluyó con un empate sin goles frente a Ecuador. Allí incidía en el trabajo planificado del comando técnico que encabeza Sergio Markarián.
Contaba por ejemplo que Salomón Libman no se lanzó a su mano derecha y atajó el penal de Walter Ayoví por azar o inspiración, sino porque en la preparación del encuentro se había revisado hasta el cansancio videos de los jugadores rivales, y se sabía que esa era la tendencia del zurdo ecuatoriano a la hora de ejecutar la pena máxima.
También que se lleva un minucioso control estadístico, y que en España se adquirió un sistema GPS para monitorear cuánto corren nuestros jugadores y qué tan veloces son. En contra de lo que se podría pensar o de la impresión que causan a simple vista, Luis ‘Cachito’ Ramírez es quien más balones recupera y Michael Guevara uno de los que más corre.
Leía esta columna y no dejaba de pensar en el vóley. Hace unos meses, luego del Mundial de Japón, Man Boc Park despreció el uso del data volley, el programa estadístico aplicado para la especialidad, que permite proyectar las tendencias propias y de los rivales, y anticipar situaciones de juego, como en fútbol ocurrió con el penal de Libman (hoy, por cierto, hasta puede bajarse gratis por Internet). ‘Manbo’ dijo entonces que era una pérdida de tiempo, pues él había logrado ser subcampeón olímpico sin ayuda de estas excentricidades.
El trabajo estadístico no hace mejores a los deportistas, ni más rápidos ni más altos, pero permite vislumbrar con toda claridad sus capacidades, así como adelantarse a las virtudes del rival. En una confrontación de iguales, gana quien mejor planificó su estrategia, y a veces la inferioridad técnica y física puede compensarse con una buena planificación. Hace años leí un artículo sobre tecnología aplicada al deporte, donde intervenía un entrenador estudioso del fútbol.
Si un nuevo par de chimpunes conseguía que sus jugadores se resbalaran un 0,01% menos por partido y tuvieran más precisión a la hora de pegarle al balón, valía la pena usarlo, pues, aunque ínfima, ya era una ventaja comparativa. Y en los deportes de alta competición el triunfo se obtiene gracias a la suma de detalles, hasta de los imperceptibles.
Raúl Tola. El Comercio.
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