Se asentaba el nuevo siglo y Trujillo culto lo celebraba a la altura: con un eventazo literario que ni la renuncia vía fax del “Chino Rata” o las piernazas de Angie Cépeda en el nuevo film de Lombardi, podían superar. Mario Vargas Llosa se presentaba en la Capital de Marinera para dar una charla magistral y, además, recibir las llaves de la ciudad por el burgomaestre de la época.
Y este pecho, tan afecto a la literatura deportiva como la abeja a la miel o el autor de la Casa Verde a Universitario de Deportes, no debía dejar pasar el momento para acercarle el micrófono en un tete a tete, aunque le costará empujones de paquidermos con casacas 911 o la mirada inquisidora ya del propio homenajeado. “¿Otra vez flaco tú?, ya pues, ven, hablemos”, se resignó, mientras don Pepe Murgia hacía de cómplice en la sala de recepciones de la MPT. “Este flaquito es del vespertino Satélite, dale unos minutitos nomás”
Y, que honor, me contó de sus inicios como cronista deportivo en La Crónica, de sus columnas en el diario El País con ocasión del Mundial de España 82, de su fugaz paso por los juveniles de Universitario Deportes y su admiración por “Lolo” y Terry, de los partidazos pisteros en el barrio Diego Ferré plasmados en “La Ciudad y los Perros”, de que era mediocampista limitado pero nadaba muy bien cual “Pez en el Agua”, de que toda su obra no retrata más que pasajes de su vida misma y que se hizo escritor en la boliviana Cochabamba, en la casa de sus abuelos, entre juegos y libros.
Lástima que, tan desordenado como “Pichulita” Cuellar en Los Cachorros, hace tiempo perdí aquella edición periodística, muestra de mi mayor experiencia con nuestro universal escritor y flamante premio Nobel. Hasta la próxima.
Oswaldo Rivasplata G. Diario El Satélite.
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