Que la clase política tiene más de vileza que de decencia ya lo sabemos todos. Lamentablemente, es la idea que se han esforzado en forjar muchos politiqueros que llegaron arriba o, siendo más cercanos a la coyuntura, centenares que han competido por una alcaldía local o regional. Empero, duele más cuando en esa enfermiza búsqueda del poder no se miden los límites y se colocan en el medio, cual conejillos de indias, instituciones muy arraigadas y seguidas por cientos de miles de distinta condición, hasta hacer terribles fracturas en su débil estructura. Eso ha pasado con el Carlos Mannucci, pisoteado y cubierto de lodo a causa de pobres dirigentes y un mecenas que lo utilizó con fines exclusivamente políticos.
A Daniel Salaverry lo presentaban como la nueva sangre de un conocido partido, como el rostro sano y puro de la renovada política. Así, ansioso de méritos que se canjeen por votos, se hizo cargo del cuadro carlista y nunca tuvo reparos en aprovechar la gran masa popular que acompaña a ese equipo para presentarse en los partidos dominicales a estadio lleno y bajar a los camerinos de los jugadores no sin antes levantar las manos y seguir sumando puntos en las encuestas.
Igual, a la hora de las decisiones en urna el pueblo trujillano no lo eligió. Pero él, lejos del político digno, arrastró en su derrota electoral a una entidad que no merecía ese trato y que hoy, tras abandonarla a su suerte, soporta su hora más penosa en más de 50 años de existencia al punto de ser usurpada en partidos oficiales de Copa Perú como ocurrió el último domingo, en Nuevo Cajamarca.
Felizmente, yo no voté por Daniel... Hasta la próxima.
Oswaldo Rivasplata. Diario La Industria de Trujillo.
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