sábado, 23 de octubre de 2010

¿Qué hacemos ahora, Sergio?



No tenemos partido –como suele decir Daniel Peredo en las transmisiones futbolísticas de CMD–, pero sí tenemos debate. La pregunta es: ¿Qué hacer con Raimond Manco, John Galliquio y Jefferson Farfán, que son, según varias versiones, los peloteros indisciplinados de la actual selección? Parecería haber solo una sola respuesta, una que todos, indignados, deberíamos lanzar al unísono: desconvocarlos, claro, proscribirlos, dejar sin efecto su participación en el equipo nacional. Sin embargo, hay posturas, igual de indignadas, que reniegan de esa drasticidad y optan por los matices.

El último fin de semana me llevé una enorme sorpresa cuando, en conversaciones al interior de tres grupos diferentes de personas, encontré esa segunda opinión articulada por personas que no tienen nada que ver entre sí. “Hay que amonestar a estos jugadores, pero no botarlos. Mocharles el suelo, pero no darnos el lujo de prescindir de ellos”, fue la afirmación que oí y que, a medida que se fue planteando en cada círculo, fue ganando consenso. En una de esas reuniones –en la que yo estaba colado, literalmente de ‘paracaidista’– tuve la mala idea de protagonizar un acalorado contrapunto solo por defender mi lógica principista.

––Pero es que si no se pone disciplina desde ahora, después la selección va a ser un desmadre –argüí, tratando de seguir tenazmente el hilo del Pensamiento Markaríán.
––En la Eliminatoria pasada, por castigar a los mejores, fuimos los últimos de Sudamérica –contraatacó un fulano, mirándome con rencor, como si yo fuese el periodista que denunció la juerga en Panamá

––Pero si solo se les sanciona descontándoles dinero, el mensaje de fondo sería: “mientras pagues puedes hacer lo que te dé la gana”. Me parece un punto de vista recontra amoral –arremetí, sin darme por vencido.

––Oe, cuñao. ¿Tú quieres que clasifiquemos al Mundial de Fútbol o al Mundial de la Moralidad? Esas son cojudeces –consideró un sujeto que, acto seguido, secó de golpe su vaso de cerveza, un gesto amenazante que delataba la pérdida de paciencia

––Además, chochera, aquí nadie dice que no se les sancione, sino que se aplique una sanción realista, que esté acorde con nuestras necesidades futbolísticas –planteó otro individuo, ganándose de inmediato el aplauso del respetable.

––¿O sea, ustedes creen que si les das a los futbolistas una ‘licencia’ indirecta para chupar y rumbear, ellos van a rendir lo que se supone que pueden? ¿Ustedes creen que los jugadores peruanos son como los búlgaros de los noventa, que podían reventarse un viernes pero el domingo estaban clasificando al Mundial? No, pues. Los peruanos se malogran y no se levantan en tres días –farfullé, poniéndome colorado. Mi inspirado soliloquio desconcertó a la audiencia, que empezó a preguntarse por lo bajo quién churchill era yo y quién diablos me había invitado.
Antes de que pudiesen advertir mi presencia ilegítima, me replegué, les concedí la victoria en la polémica y me retiré del lugar, con mis principios hechos trizas y la opresiva sensación de que el plausible Pensamiento Markarián tendrá en la afición un efecto menos positivo del que él espera.
Ustedes qué piensan: ¿a los borrachos hay que expectorarlos de la selección o debemos aprender a convivir con sus altos talentos y sus bajos vicios?

Renato Cisneros. Web Rpp Noticias.

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