jueves, 17 de marzo de 2011

La lechuza y el futbolista



El hecho (¿la fábula?) lo conforman una lechuza y un futbolista. Ya, de por sí, un dueto extraño. Una lechuza en un campo de fútbol es un suceso extraordinario, perteneciente al realismo maravilloso, solo posible, por ejemplo, en una ciudad como Barranquilla. Pero que el deportista, tras ver al animal caído, luego de recibir un balonazo, la emprenda a patadas contra el avechucho, sí es un acto irracional.

Es posible que el futbolista panameño del Deportivo Pereira, acostumbrado a dar patadas, no midiera las consecuencias del hecho en cuestión. Su equipo iba perdiendo y a lo mejor creyó que se trataba de una maña (el fútbol es un deporte lleno de ellas) de los contrarios para “hacer tiempo”. O, como también dijo, quiso sacar al ave de la cancha y se le fue “la pata”. Como sea, el gesto agresivo fue repudiado de inmediato por la concurrencia y provocó indignaciones en locutores, aficionados y en todas partes.

Dentro de las reacciones hay las que piden procesar al futbolista por maltrato animal. Le han gritado de todo, que si así es en la casa, que si trata de esa manera a su madre o sus parientes, en fin. Hay algunos que recuerdan ahí mismo los días en que el Tino Asprilla le daba patadas a un bus o cuando amenazaba con disparar. Otros mencionaron a unos policías que torturaron una perrita. La vociferación en el estadio alcanzó para decirle “¡asesino!” y aplicarle la palabra que más les gritan a los árbitros.
El caso de la patada contra la lechuza es, desde luego, repudiable. En los últimos años, póngale unos veinte, el fútbol colombiano se ha visto plagado de hechos no sólo bochornosos sino sangrientos. Ha sido un deporte penetrado por las mafias, que en otros días condujeron, por ejemplo, al asesinato de un árbitro en Medellín. Varios futbolistas se vieron involucrados en bandas criminales en los tiempos de Pablo Escobar y el dos de julio de 1994 fue asesinado Andrés Escobar.

La empresa denominada fútbol ha sido utilizada como lavadero de dólares y también en los últimos tiempos las barras futboleras pasaron de ser agrupaciones de hinchas alegres y bullangueros a montoneras de lumpen. Y esa degeneración está vinculada con delincuencia, tráfico de estupefacientes y otras actividades que no deberían estar unidas al deporte. ¿Cuántos asesinatos se han cometido por barristas? ¿Cómo viven los vecinos de los estadios en Colombia? ¿Por qué las familias no volvieron a esos escenarios?

Hay un asunto muy particular en Colombia: la violencia lo atraviesa todo. No ha habido modos civilizados para resolver diferencias y conflictos. La cultura que se ha impuesto, y viene también de altos niveles de la sociedad, ha sido la de la barbarie, la intolerancia y la brutalidad. Se busca borrar al otro. Se han patentado mecanismos para darle la primacía a la fuerza y no a la razón.

Algunos, ante la patada contra la lechuza del estadio Metropolitano, han dicho que ojalá la gente también reaccionara con la misma o mayor intensidad contra los atropellos gubernamentales; o ante las distintas violencias que se han vuelto parte de la vida cotidiana del país. Se ha impuesto, de otro lado, el silencio, porque se sabe que las protestas contra paramilitares, guerrilleros, bandas delincuenciales, en fin, pueden terminar o en “falsos positivos” o en la desaparición de los contradictores.

El abundante coro de reacciones por lo de la lechuza incluye a aquellos que sugieren que los futbolistas (también sus entrenadores) deberían tener, aparte de su formación técnica y de tácticas y estrategias, educación humanística, literatura, ética, y hasta saber sobre las leyes de Newton o cálculo diferencial. Esto los acercaría al ser humano y los sacaría de ese mundo de animalidad en que muchos de ellos están.

Esa parte del circo, que es el fútbol (Garrincha decía que en rigor los futbolistas son payasos), se empañó con el patadón a la lechuza. A lo mejor, esa suerte de mascota del estadio lo único que quería era hacerse notar para recibir algún aplauso. No contaba con que el hombre, en general, es una de las especies inferiores de la naturaleza.

Reinaldo Spitaleta. Diariocritico de Colombia.

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