Durante las últimas tres décadas las selecciones peruanas de fútbol, en todas sus categorías –salvo alguna honrosa excepción– parecen destinadas a revivir la condena de Sísifo, el rey corintio que según la mitología griega fue castigado por el dios Zeus a empujar una roca, montaña arriba. Sin embargo, a poco de llegar a la cúspide, irremediablemente, la piedra rodaba nuevamente hacia abajo y Sísifo tenía que descender para empezar la tarea nuevamente. Una labor permanente, pues el castigo era perpetuo.
A nuestros equipos nacionales no les toca arrimar una piedra como a Sísifo sino patear una pelota, pero terminan compartiendo la suerte del personaje, pues en cada torneo los jugadores marchan cuesta arriba, hacia un destino que ineludiblemente se repite. Y así, eliminatoria tras eliminatoria, sudamericano tras sudamericano, los futbolistas inician su trabajo: empujar su pesada carga con el mismo resultado, ya que una y otra vez vuelven a derrumbarse las aspiraciones de pasar a una siguiente instancia. Hasta ahora es un volver a empezar repetitivo, doloroso, penoso y con la misma suerte.
Si para Sísifo el castigo era perpetuo, para quienes tienen 30 años o menos, el último resultado obtenido por la selección Sub 20 reafirma un sentido de perpetuidad (solo conocen de eliminatorias) construido por la repetición casi compulsiva de los resultados negativos.
El jueves último, con la Sub 20, volvió la sombra de Sísifo. Los muchachos sabían que el camino era escarpado (para clasificar tenían que ganar por cuatro goles de diferencia a Uruguay), pero igual aplicaron todos sus esfuerzos. Anotaron uno… dos goles, les faltaba otros dos para alcanzar la ‘cima’ (lograr el pase a la siguiente etapa), pero una vez más la piedra cayó cuesta abajo. Habrá que esperar la siguiente participación de una selección para reanudar el ascenso.
Marco Méndez. El Comercio.
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