Desde hace algunos años, alrededor del seleccionado interfieren atropellos, ciertos desvíos en la línea de conducta, la intromisión de agentes comerciales y, muy peligrosamente, el desapego por el debate futbolístico para ventilar histerias de conventillo. El momento de la selección es delicado y requiere un orfebre y calificados laderos. Es indispensable reconstruir varias áreas devastadas. Especialmente, reencontrarse con las huellas de la discreción, despegándose de conductas refractarias. Basta de ese cotillón de desprolijidades que conducen al desprestigio.
Pero parece que es imposible desprenderse del rumoreo desgastante y perturbador. Mientras se dilata la designación definitiva del entrenador sin que haya una búsqueda del proyecto más conveniente, Carlos Bilardo retoma la escena con su rutina desconcertante e inoportuna. El día después de la victoria con España, lejos de entregarle un guiño al Checho, sembró más dudas. No está obligado a apoyar a Batista, pero el momento no es propicio para incertidumbres ni misterios. Bilardo no lo quiere a Batista como entrenador de la mayor, y Batista convive y tolera algunas excentricidades porque sabe que el Doctor -cobijado en el manto protector de Grondona- tendrá injerencia en la elección final. Pero no coinciden en nada.
Con Diego Maradona al frente hubo varios ribetes payasescos, merecedores de un sketch en los programas chimenteros de la tarde. Vale recordar que Bilardo no ayudó a construir armonía entre tantos brotes de rencor. Cada minuto se volvió flamígero y de esas erupciones casi nunca pudo desentenderse Bilardo con sus salidas tan contradictorias como imprevistas. Tras vencer a Irlanda, le preguntaron a Bilardo de qué iba a depender que Batista fuese confirmado o no en el cargo. "De los resultados. Si ganás, está todo bien. Y si perdés, hay que salir por la puerta de atrás", disparó. Con ese criterio extremista, él se tendría que haber marchado tras Sudáfrica 2010 porque en su difusa función de secretario técnico -¿nexo, moderador?- no evitó ninguno de los cortocircuitos. Ni aclaró de manera creíble su vínculo con algunos barras que viajaron al Mundial.
Bilardo despista, justo cuando la selección reclama orientación para redefinir su rumbo. Habló, alardeó de su poder y asumió una trascendencia algo irritante. Batista respondió y hasta la noche se articuló un raid mediático fatigoso. No habrá refundación en la selección argentina sin generosidad ni franqueza. Las convulsiones ya forman parte de un mobiliario exasperante.
Cristhian Groso. Diario La Nación.
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