Aunque la relación de los protagonistas es de larga data, lo que se terminó de destruir ayer no es una familia ejemplar que durante toda una vida compartió valores como la lealtad, la sinceridad, la confianza ciega, el bien común por encima del interés personal. Lo del 4 de noviembre de 2008, día en que Diego Maradona fue presentado como nuevo director técnico del seleccionado, flanqueado por Julio Grondona y Carlos Bilardo, fue un amontonamiento por conveniencia, puramente coyuntural, entre gente cuya vínculo ya arrastraba un largo historial de acusaciones, desplantes, miradas de reojo.
El único manto que iba a evitar que se actualizara el pase de facturas era el triunfo. Pero el 0-4 con Alemania los dejó a la intemperie a todos, más expuestos a las miserias que a las grandezas. A falta de autocrítica, de examen de conciencia y de admisión de responsabilidades, todos acusan al de al lado en un sálvese quien pueda. Imposible salir limpio cuando todos están chapoteando en el mismo fango. Sobró ambición de poder y escaseó vocación de servicio.
El cierre de este ciclo del seleccionado es penoso, pero lamentablemente no puede considerarse sorpresivo o inesperado. Se venía venir que el éxito iba a tener más de un padre y que nadie se haría cargo del fracaso, que iba a ser estruendoso como lo está siendo por el perfil volcánico de los personajes en cuestión. Todos se iban a peinar para salir en la foto de los campeones, pero nadie cree que tiene que comparecer en el banquillo de los acusados.
Consumada una eliminación deportiva sin atenuantes, lo mínimo que se podía pedir era una cuota de decoro e hidalguía. No la hubo porque siempre, en cualquier circunstancia, en la victoria o en la derrota, faltó sencillez, modestia y sentido común. Maradona se va del seleccionado diciendo que se sintió traicionado (por Bilardo) y víctima de un mentiroso (Grondona). El presidente de la AFA, sin nombrarlo, pero en una clara alusión, acusó al ex director técnico del seleccionado de "soberbio". Cada uno tiene un supuesto motivo para sentirse perjudicado por el otro.
La generación campeona del Mundial 86, de la que también formó parte Grondona como presidente de la AFA, clamó durante largo tiempo por una oportunidad en el seleccionado que acaba de ser dilapidada por varios de sus integrantes. Todo siempre estuvo sujetado por alfileres porque pudo más el ventajismo que la transparencia y la honestidad intelectual.
Maradona, en la conferencia de prensa posterior al 0-4 con Alemania, con una diferencia de un par de minutos entre un dicho y otro, se mostró como un técnico reunciante y dispuesto a continuar. Insólito y desconcertante. Grondona, cuando todavía estaba en Sudáfrica mientras el resto de la delegación argentina ya había regresado, le había dado vía libre a Maradona: "Es el único que puede hacer lo que quiere", había dicho. Pero cuando el lunes último lo fue a ver, le quiso depurar a fondo el cuerpo técnico. ¿Se puede ir muy lejos con tantas incoherencias, de un lado y del otro, lindantes con la inestabilidad emocional? Bilardo difícilmente salga exonerado con el descargo público que hizo anoche en su programa de radio.
A la gestión de Maradona en el mando del seleccionado le cabe más de un cuestionamiento. Hubo improvisación, poco apego al trabajo, falta de planificación táctica, desconocimiento de los rivales, convocatorias de jugadores que de tan compulsivas se prestaban al manoseo de nombres. Sin embargo, se oye que uno de los motivos fundamentales para que no le hayan renovado el contrato es que no les permitió el ingreso a determinados dirigentes en la concentración de Pretoria. Otra vez, el árbol tapa el bosque. Lo anecdótico se antepone a lo sustancial. El ombliguismo por encima de la visión totalizadora. Quedó algo peor que la eliminación. Es la implosión posterior de lo que fue una familia impostada, de cuya herencia casi no hay nada positivo para rescatar.