lunes, 5 de julio de 2010

Con la gambeta no basta



Si se atraviesa la espesa bruma comercial que satura las imágenes del Mundial, se observa la puesta en escena de comportamientos que reflejan la mente humana en sus más variadas y cotidianas dimensiones. Voy con dos ejemplos, seguro que los lectores podrán suministrar muchos más.
Uno: El peso abrumador de las expectativas, propias como ajenas. Antes del torneo se esperaba –y las marcas apostaron millones a ellos– el brillo deslumbrante de Messi, Ronaldo, Ribéry, Drogba, Kaká, Rooney, etcétera. Todos han abandonado la competencia, con pena y sin gloria.
Esas demandas de rendimientos espectaculares han terminado pesando de manera fatal sobre las piernas y mentes de las estrellas. O, para decirlo en jerga psicoanalítica, un Yo Ideal al que mantienen a raya en torneos regulares, entra en un proceso inflacionario descontrolado al resonar en la cancha mundial. Y los aplasta. Ronaldo ha sido la sombra del genial atacante que es en el Real Madrid. Messi ha sido la imagen de la desesperación por anotar un gol, cuando en tiempos “normales” le hace cuatro al Arsenal de Inglaterra.

En cambio jugadores que ni siquiera se hallan en las figuritas del álbum Panini, como Müller u Özil, nos han asombrado con la frescura y creatividad de su juego. Exentos de esa pesada mochila narcisista, se han expresado con libertad y han dado lo mejor de sí, en el mejor momento.
Dos: la triste derrota de Argentina ante Alemania. O los límites del liderazgo carismático de un hombre con problemas de personalidad tan graves como los de Maradona. La teoría de la motivación y la inspiración individual se estrelló contra la técnica y el juego colectivo de Löw y la Mannschaft. Después del partido se vio, en los corredores, una escena tan patética como elocuente. El entrenador alemán acercándose a saludar al argentino, teniendo que retirarse porque éste se abrazaba prolongadamente con su hija envuelta en la bandera argentina, y no daba cara.

Luego se negó a dar la conferencia de prensa y la FIFA lo forzó a cumplir sus obligaciones contractuales. Ahí se mostró tan incapaz de analizar lo ocurrido en el campo como el pobre Tévez, un jugador de enorme corazón y pequeño cerebro. No era culpa de Maradona, sino de quienes, como Grondona, el Burga argentino, creyeron que un entrenador serio podía ser reemplazado por un gurú divinizado, cuyo juego inigualable fue imposible de ser replicado por el abrumado Messi. Así se desperdició al conjunto más talentoso de la justa, derrotado por un grupo que, además, ha exorcizado sus demonios racistas integrando a turcos, yugoslavos, polacos y africanos nacionalizados, dándole a su juego una chispa que se complementa de maravilla con la tradicional disciplina teutona.
Como la mano providencial de Suárez, que se sacrifica para salvar a Uruguay –no confundir con las manos tramposas de Maradona y Henry– el Mundial es un escenario inigualable para ver de lo que somos o no capaces los humanos, cuando enfrentamos circunstancias extraordinarias. Como los equipos, las sociedades y las ciudades requieren dirigentes con visión de largo plazo, proyecto de futuro y sintonía fina con las necesidades y talentos de la colectividad.

Jorge Bruce. La República.

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