sábado, 10 de julio de 2010

Fútbol que hiciste mal...


Al día siguiente de la paliza que nos pegaron los alemanes, me desperté recordando todas las expresiones usadas desde mi niñez cuando ocurría una catástrofe futbolística semejante: “Nos dieron un baile”, “nos pintaron la cara”, “nos hicieron pomada”, “nos hicieron bolsa”, “nos estrolaron”, “nos pasaron por encima”, “nos dieron flor de milonga”, “qué bailongo por Dios”, “¡cómo nos cag… esos hijos de...!” y, luego, las palabras con las que tratábamos de confortarnos y que repetíamos, una y otra vez, con quien nos encontrábamos: “Qué papelón”, “me quiero morir”, “estoy hecho pelota”, “voy a soñarlo por una semana”, etc. La herida tardaba en sanar, pero pasaba –como ocurrirá con lo de Alemania– a ser parte del acerbo negativo que todo folclore futbolero debe poseer.

Esta última derrota se acomoda ahora junto al 4-0 con Holanda, el 5-0 con Colombia en ¡¡¡¡¡Buenos Aires!!!!! y el 6-1 con Bolivia en las alturas de La Paz. Debe de haber otras palizas pero, felizmente, no las tengo registradas. Curiosamente, dos de estas puñaladas nos fueron propinadas durante la era en que ejerció, como DT de Argentina, un adolescente llamado Diego Maradona quien, según parece, tiene igual poder para encandilarnos tanto con sus éxitos como con sus fracasos. No es esta una virtud menor, y la nobleza obliga a reconocérselo.
Antes, cuando el fútbol internacional era menos frecuente y no existía la televisión, la pasión era la misma, pero nuestras emociones se limitaban al ámbito local. Eran pasiones de cabotaje, pero no por ello menos intensas. En mi caso particular, los dos duelos anuales que Newell’s Old Boys y Rosario Central sostenían en la ciudad de Rosario me trastornaban desde una semana antes de que se produjeran.

El día del choque me levantaba en un estado de extrema sensibilidad y trataba, por todos los medios, de que mi familia, que era de Newell’s Old Boys, no reparara en los temores que me asaltaban: que mi equipo, Rosario Central, fuera vencido.
Luego, ganara quien ganara, me veía en apuros. Si ganaban ellos, los leprosos de Newell’s, tenía que aceptar resignadamente la derrota y, sin hacer mayores comentarios, irme a la cama lo más pronto posible. Si ganábamos nosotros, demoraba el camino hacia la casa e ingresaba con el rostro más neutro –o que yo creía neutro– que me fuera posible exhibir. Trataba de quedarme en la cocina con Albina, que era 'canalla’, como nos llamaban a los hinchas de Central, y allí, mientras no estuvieran ni mi padre ni mi hermano, nos regodeábamos comentando la victoria y la cara que tenían los derrotados de la familia.
Los empates eran particularmente molestos pues mi padre, que era buenísimo y muy cariñoso, se ponía relativamente necio con el fútbol y difícilmente aceptaba que el empate había favorecido a Newell’s. Hacía esfuerzos por no herirme, pero el hincha solía escapársele y ello me obligaba a hacerme el idiota. La paz se alteraba ligeramente por un par de días, pero luego volvía, hasta el próximo clásico rosarino, la buena onda de siempre.

Guillermo Giacosa. Diario Peru21.

No hay comentarios:

Publicar un comentario