El 9 de diciembre de 2005 se celebró en Leipzig (Alemania) el sorteo para definir los grupos para la fase final de la Copa del Mundo de fútbol del 2006. Mucha gente –a pesar de ser viernes de labores normales– estuvo pendiente de los resultados de dicho sorteo; los aficionados y los fanáticos buscaron la manera de ver o escuchar la transmisión del sorteo.
Para muchos mexicanos el sorteo tuvo una novedad que otorgó motivos para estar orgullosos: el equipo de México fue nominado “cabeza de grupo” y, si bien ésta no es la primera ocasión en que sucede, sí es la primera en que ocurre cuando México no es el país sede. Por supuesto que en general ser “cabeza de grupo” otorga ventajas y dicha asignación procura beneficiar al país sede sobre el resto de los participantes (por ejemplo, Alemania sólo se enfrentaría a Brasil en caso de que estos equipos disputen la final).
Asimismo, el sorteo tiene reglas generales y particularidades que se estipulan desde antes y que son de dominio público. En ese caso se determinó, entre otras restricciones, que en la primera fase no podrían estar dos equipos de la misma zona; así por ejemplo, al grupo de México no se podría asignar ni Costa Rica ni Trinidad y Tobago ni Estados Unidos. Otra determinación del sorteo es que ningún grupo podría estar constituido por tres equipos europeos. Esta regla, justificada desde lo deportivo, tiene una consecuencia deseable para los organizadores y resuelve –al menos de principio– un potencial conflicto de motivos no futbolísticos; un conflicto cuyos orígenes se remontan al siglo XIII, un conflicto que en muchas ocasiones ha llevado a la gente a la guerra y que, muy lamentablemente, ofreció al mundo en los Balcanes en los años noventa del siglo pasado uno de los espectáculos más nefastos de la historia de la humanidad.
El problema para los organizadores es que además de los equipos europeos que fueron asignados como “cabeza de grupo” (Francia, España, Inglaterra, Italia y Alemania) se clasificaron nueve equipos más del mismo continente (Croacia, República Checa, Serbia y Montenegro, Holanda, Polonia, Portugal, Suecia, Ucrania y Suiza), la idea no se reduce solamente a que no hubiese tres equipos europeos en un mismo grupo sino que, además, Croacia y Serbia y Montenegro no estuviesen en el mismo grupo. En la transmisión del sorteo algún comentarista dijo marginalmente que de enfrentarse dichas selecciones “ese sería un partido de alto riesgo”… dado el caso, tal como quedaron los grupos, los croatas y los serbios se hubiesen enfrentado hasta las semifinales.
En mayo de 1990 en el estadio Maximir de Zagreb, poco antes de que iniciara la última guerra de los Balcanes, hubo graves disturbios que mostraban que la escalada de violencia probablemente pronto se generalizaría. Javier Wimer, quien fue embajador en Yugoslavia en la década anterior a la guerra, le comentó a su hija Renata –amiga de quien escribe– que después de los disturbios del estadio croata, aquellos que conocían la región y sus conflictos, se dieron cuenta de que la guerra sería inevitable…
Los problemas en el estadio comenzaron antes de que el partido diera inicio, ¿la causa? El equipo Dinamo de Zagreb (croata) portó el uniforme que con frecuencia usan los “Tecos” (Estudiantes) de la UAG de México; sí, el yérsey de cuadros rojos y cuadros blancos. Este uniforme, que poco o nada significa para la inmensa mayoría de los mexicanos, constituía una imperdonable afrenta para los espectadores y jugadores serbios. El uniforme corresponde a la bandera del Estado Independiente de Croacia que fue fundado en 1941, país aliado de los nazis y cómplice de las fechorías fascistas durante la Segunda Guerra Mundial; para los serbios esa bandera es el triste recuerdo de 300 000 compatriotas exterminados por los croatas en campos de concentración como el de Jasenovac en el que, bajo la dirección de un sacerdote franciscano, se asesinaron a 40 000 serbios.
En la guerra de los noventas, los serbios –que poseían la mayor parte del ejército de lo que fue Yugoslavia– les cobraron la factura a los croatas por lo de 45 años atrás y asesinaron a croatas bosnios sin clemencia, y los croatas eliminaron a las minorías serbias de Bosnia y los serbios a las minorías croatas y musulmanas de Montenegro y… no hubo crimen imaginable que no se hubiera cometido en esa guerra. Esta es la causa –que no razón– por la que los partidos de las eliminatorias para la Eurocopa del año 2000 entre Yugoslavia y Croacia fueran de alto riesgo, en ese tiempo la memoria de la atroz guerra recientemente concluida estaba fresca, el nacionalismo estaba exacerbado y donde otra vez los espectadores, jugadores, entrenadores y directivos fincaron erróneamente, al igual que en los cotejos del Dinamo de Zagreb contra el Estrella Roja de Belgrado, el orgullo nacional en un juego de fútbol o, peor aún, en el resultado de un juego de fútbol.
Tengo algunos recuerdos vagos relacionados con todo esto. En primer lugar, conocí a Bora Milutinovic en una comida organizada por la familia Stepcic pocos años después de la muerte del jefe del estado yugoslavo Josip Broz Tito. Bora, que me invitó a entrenar con el primer equipo de Pumas, en el ágape comentó que ellos –serbios y croatas– dentro de Yugoslavia eran enemigos a muerte, pero que fuera se ayudaban como amigos. Me incomoda decir que Bora es serbio y los Stepcic son croatas, ¡como si eso fuese su identidad primera en el mundo! Aquella plácida tarde donde comencé a pensar seriamente en ser futbolista profesional, compartíamos la mesa siete personas; Yugo, Gregory, Mía, sus padres, Bora y yo, de las que poco o nada importaba su “nacionalidad”. Por supuesto que en aquel entonces no entendí las dimensiones del comentario de Bora. También, de esa guerra que harto conmovió recuerdo una línea de un escritor eslavo que la define: “… y tenían la mirada sonada de aquellos que vieron lo que nadie debió haber visto jamás.”
La relación entre la guerra y el fútbol es amplia, diversa, contradictoria y –claro está– no se agota con estos hechos ni con los que se narran líneas abajo. Bien dice Eduardo Galeano en El fútbol a sol y sombra que: “En nuestro tiempo, el fanatismo del fútbol ha invadido el lugar que antes estaba reservado al fervor religioso, al ardor patriótico y a la pasión política. Como ocurre con la religión, con la patria y con la política, muchos horrores se comenten en nombre del fútbol y muchas tensiones estallan por su intermedio.”.
Además, hoy día el fútbol forma parte de la cultura humana, se juega a lo largo y ancho de todo el planeta; lo juegan niños, jóvenes, mujeres y varones. Sin duda el comentarista Ángel Fernández no se equivocó cuando afirmaba que “el fútbol es el juego del hombre”. La guerra, otra actividad nunca lúdica ni noble, ocasionalmente honorable, jamás deseable y que, sin embargo, como el fútbol también forma parte de la cultura humana. Incluso se podría decir que la guerra es casi exclusivamente humana (sólo otras dos especies guerrean: las hormigas y las abejas, especies cuyas relaciones sociales son también complejas). No sorprende que buena parte de la historia, incluso aquello en lo que se pone énfasis en los cursos escolares elementales, sea la historia de los conflictos, en particular, la historia y crónica de la guerra.
Por otro lado, el reconocimiento del fútbol como un hecho cultural ha acercado a no pocos intelectuales al juego, a su análisis, a su disfrute y a las crónicas y a la crítica del balompié en sí, a su vez, ellos han enriquecido el mundo del fútbol y la literatura alrededor de este bello juego; ahora podemos encontrar excelentes libros sobre el balompié además de los técnicos manuales de entrenamiento o de las aburridas enciclopedias con asépticas crónicas o de almanaques con hartos datos que muy poco o nada nos dicen de la intensidad con la que se practica este deporte. De buenos periodistas, escritores y futbolistas escritores –a través su prosa y lírica– aprendimos que la pasión del fútbol se puede escribir y que es posible escribirla bien. De sus escritos he tomado algunas ideas, datos o citas y las presento a continuación.
Por otro lado, quizá un acercamiento menos afortunado es el del fútbol y la ciencia; el fútbol no se reduce a la física del movimiento ni a la bioquímica del esfuerzo ni a la nutrición ni a la fisiología, una crónica no puede ser sustituida por la estadística de los tiros errados, las faltas o los goles, la hermosa complejidad del juego no se explica por medio de ninguna de ellas ni por todas en su conjunto. El balompié puede obtener muchos elementos valiosos de las ciencias duras pero es menester tener presente que está más cercano al arte; a la danza, al teatro, a la música…
Escritores de áreas diversas nos han mostrado la historia de este deporte y su interacción con la sociedad y con usos y abusos que del balompié se han llevado a cabo desde el poder. Más aún, hoy conocemos significativas anécdotas de destacados intelectuales en su relación con el balompié; Miguel Hernández y Rafael Alberti le dedicaron poemas, Jean-Paul Sartre reflexionó sobre el balompié, Shakespeare en El Rey Lear se refiere a un juego que se practicaba con los pies y un balón y llama la atención al juego limpio… otros intelectuales participaron formalmente en equipos; Niels Bohr –el científico del modelo atómico que aprendemos en secundaria– fue centro delantero de la selección danesa a principios del siglo XX, el escritor Albert Camus fue portero…Lamentablemente en México nuestro deficiente hábito de lectura impide que se conozca más de todo esto.
Paco Acevedo. México. Portal El Juego del Hambre.
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