En el glosario de frases bastardeadas por la realidad figura, perpleja, aquella que dice "la política no debe mezclarse con el deporte". Que es abarcativa. Lo tangible es que desde hace tiempo -mucho- asquea el vínculo inexorable de ambas esferas. Alberto Pedro Heguy, leyenda del polo argentino, que también supo incursionar en partidos pampeanos con una vocación adicional a la de veterinario y deportista, me dijo una vez: "El problema no es la política, sino los políticos". Una verdad indiscutible, perdurable.
Casi todo termina siendo política, y como tal, el efecto desconfianza que desparrama, consecuencia directa de quienes ejercen el rol político. Cada vez queda menos terreno para que el deporte se manifieste genuinamente como tal.
El frente del iceberg nos muestra desde hace un año el Fútbol para Todos, vigente a cada instante. Pero abundan los ejemplos. Como la meneada elección de la sede de la final de la Copa Davis 2008 y la puja Mar del Plata-Córdoba; el alboroto detrás de la gestión Maradona, todavía no acallado y con chances de entrar nuevamente en ebullición. Si nos retrotraemos 24 años, recordaremos las arduas movidas de la Secretaría de Deporte del gobierno de Raúl Alfonsín para desbancar a Carlos Bilardo antes del Mundial.
Y hay más: agasajos, recepciones, la enfermedad por aparecer en fotos al lado de protagonistas que se ganan el prestigio con su trabajo.
Está la otra política, la que se maneja en forma menos notoria. Hace seis meses que se habla del futuro de Riquelme; y 70 días, los últimos, en los cuales se profundizó la huella. ¿Lo quieren o no los dirigentes? Y si lo quieren, ¿es por las elecciones de 2011 y por no pagar el costo político ante los socios? Entonces, ¿les importa el club, el equipo, a quienes conducen o sólo lo hacen en función de conservar un lugar? No hace tanto, el mismísimo Macri lanzó su propia plataforma nacional respaldada en Bianchi y Riquelme, según las épocas, probablemente sin comulgar con ambos. La política todo lo vale.
Grondona y su perpetración en la AFA es otra muestra de su muñeca política y con la política. Radical desde sus orígenes, don Julio ha estado a piacere con gobiernos de facto, alfonsinistas, menemistas, delarruistas, duhaldistas, kirchneristas. El manejo hacia dentro lo tiene más claro aún y nadie le mueve un pelo. Habrá que ir evaluando qué significado a futuro tiene el desembarco en Quilmes del dúo Meizsner-Aníbal Fernández. Pero todo sigue siendo... política.
Si se digitan los fixtures es por una cuestión de... políticas de conveniencias. Hay política de todo. Bueno, casi. Paradójicamente, lo que siempre faltó fue una política deportiva coherente, que nos permitiera estar hoy un poco más cerca, por caso, del fenómeno español. Lamentablemente, la que nos sobra es la otra: la que asquea. Y resulta imposible de extirpar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario